domingo, 16 de agosto de 2020

La Gomera y El Hierro, esas islas que no te deberías perder







Por una parte siempre he pensado que muchas de las experiencias que se cuentan y se publican, dejan de ser tuyas para pasar a ser del que las lee y las secunda, dejando en ese caso de pertenecerte plenamente. Pero por otra soy consciente de que compartirlas tiene su lado positivo, que no es sólo dar la oportunidad a los demás de que las disfruten, sino además animar o ayudar a comprender un estilo de vida diferente a todo el que no esté familiarizado con el nudismo. Ojalá, aunque sólo fuera un poco, sirviera también para normalizarlo.

No quiero dármelas de pionero, yo también he descubierto muchos lugares donde poder disfrutar de la naturaleza sin ropa gracias a cientos de artículos colgados en Internet, así que lo que os quiero contar hoy, son sólo algunas pinceladas de lo que para mí fue un viaje inolvidable desde el punto de vista de un nudista empedernido.

Para ser sincero, no conocía ninguna de las islas Canarias hasta que, con mi familia y un buen grupo de amigos (tres de ellos mantienen vivo este blog), aterricé en Tenerife el día antes de mi 49 cumpleaños… Fue una de las mejores experiencias de mi vida ¿alguno de vosotros ha coronado el Teide y se ha desnudado para una foto a 3.700 metros de altitud a las ocho de la mañana con vientos de 50 kilómetros por hora y sólo 1ºC de temperatura? Esa historia la dejaré para otra ocasión. Aquel viaje de 4 días me abrió los ojos hacia el archipiélago y en menos de un mes estaba de vuelta para conocer Lanzarote, esa vez sin ninguna compañía más que yo mismo. Tan buena fue la experiencia, que un año más tarde me decidí a visitar dos de las islas más pequeñas de las Canarias: El Hierro y La Gomera.  

Para poneros en antecedente, no soy de los que salen de su casa sin planificar nada, así que iba con un pellizco en la barriga y una mezcla entre excitación, incertidumbre y miedo. ¡Ni siquiera había podido informarme sobre las mejores playas nudistas!

La Gomera

Así que mientras esperaba el embarque en el aeropuerto me dediqué a investigar un poco, descubriendo muy decepcionado que tan sólo una está reconocida como de tradición nudista en La Gomera, la Playa del Inglés. En seguida esbocé una sonrisa porque casualmente el alojamiento que había reservado para las siguientes cuatro noches estaba en Valle del Rey y a sólo cinco minutos de ella, muy cerca del final del casco urbano, pero tras una pequeña caminata de un par de minutos más por un sendero, te encuentras ante una preciosa montaña con la playa a sus pies. 





De arena negra con partículas brillantes, tendrá unos 300 metros de longitud y en bajamar se agranda bastante más, eso sí, olas grandes y mar bastante peligroso, el baño debe tomarse cerca de la orilla porque las corrientes te arrastran, la resaca es fuerte y si te descuidas puedes llegar a experimentar un buen centrifugado. Al menos en octubre, el agua estaba a una temperatura estupenda. 
El ambiente es muy tranquilo, la gente respetuosa y se puede guardar bastante distancia si quieres intimidad. Conocí a una pareja joven e interesante del norte de España y a un holandés que había acabado comprándose una casa cerca, para vivir definitivamente su retiro en esta parte de La Gomera. 
Como está orientada al oeste, las puestas de sol son espectaculares, me acerqué un par de tardes después de mis excursiones para terminar de saborear el día antes de la cena.

Que en la isla no hubiera playas donde estar desnudo no era algo que me preocupara demasiado, antes de partir de vacaciones ya me veía disfrutando de ese placer en cualquier rincón que estuviera un poco apartado o solitario, así como recorriendo algún sendero de montaña, de hecho es lo primero que hice nada más llegar, informarme de los puntos de interés turístico y los senderos posibles para caminar. En el mismo Valle del Rey, concretamente en La Calera, hay un puesto de información donde me proporcionaron los mapas de las rutas y los horarios de los museos. 

El primer día hice dos rutas, la primera fue en el Alto de Garajonay, es bastante corta (apenas hora y media) y más turística que las otras, pero se alcanza el punto más alto de la isla y desde allí con una panorámica de 360 grados puedes divisar las islas de Tenerife, La Palma y El Hierro. 
Tras un breve almuerzo en el restaurante junto al Centro de Visitantes, hice un recorrido uniendo otras dos rutas: Las Creces y Raso de la Bruma, lo que me llevó cerca de cuatro horas, pero con bastantes paradas para fotografiar rincones espectaculares. 





Hacer estos recorridos fuera de la temporada alta te permite caminar a tu aire y cruzarte con muy poca gente. Obviamente era lo que buscaba, poder hacer kilómetros y kilómetros sin ropa, sólo mis sandalias de trekking (de las que últimamente prescindo a ratos también cuando el suelo es amable con mis pies) y mi equipo fotográfico, así que no dudé ni un segundo en despojarme de todo para caminar libremente.

A menudo me preguntan qué hago cuando me cruzo con otros senderistas en estos paseos. En toda la tarde sólo me crucé con gente en tres ocasiones. Una de ellas me cubrí con un pareo que suelo llevar a mano, en otra me tropecé con ellos tras una curva cerrada y cuajada de vegetación, estaban parados y en silencio, por lo que no pude advertir su presencia, así que no hubo tiempo de cubrirse, pero las reacciones fueron cordiales, como la gran mayoría de las veces: saludo, sonrisa y mirada tímida o giro de cabeza hacia el horizonte por discreción.

El último encuentro fue bastante divertido, una pareja se quedó parada seco en el sendero, justo antes de pasar por debajo de un tronco caído y casi en horizontal, donde yo posaba para una foto colgado tan flácidamente como si estuviera durmiendo una siesta. No vieron la cámara sobre el trípode a un lado en la ladera escarpada de la montaña y no entendían que estaba pasando, así que salí del letargo y los animé con mi mano a seguir el camino para que vieran que estaba vivo. Creo que la gente no está habituada a este tipo de situaciones... lo cierto es que a mí me suponía mucho llegar desde la cámara hasta ese punto del tronco en los 20 segundos que me permite el auto disparador, así que no quise estropear el momento del disparo para no tener que subir más veces de la cuenta.





Poco antes de que cayera la tarde llegué al Raso de la Bruma y me topé con una niebla tan espesa que bien hacía honor a su nombre, el bosque de laurisilva se tornaba mágico y misterioso. Aún se veía con bastante facilidad el sendero marcado, pero llegó un punto en el que tuve que abandonar la ruta circular para volver sobre mis pasos hasta el coche y evitar perderme. Caminar desnudo entre la niebla era algo que nunca había experimentado, es una sensación bastante extraña, no hacía frío, prácticamente nada de aire, pero la humedad me hacía sudar como nunca y también me mojaba con las gruesas gotas que caían de los árboles. Tuve que proteger la cámara con un gorrito de ducha que llevo para estas situaciones. Acababas empapado en menos de cinco minutos, pero al menos la ropa permanecía seca en la mochila. 





El segundo día di una vuelta de reconocimiento por la parte oeste y norte de la isla tratando de descubrir otras playas aparte de las ya conocidas Playa del Inglés y Playa de la Calera (esta última textil) y cuando digo descubrir lo es en el amplio sentido, puesto que ni siquiera imaginaba cuando llegué lo accidentado de la orografía. La costa está formada mayormente por acantilados y la mayoría de las playas son bastante pequeñas y de difícil acceso, no existe una carretera que vaya bordeándola, si estás a nivel del mar, para ir a cualquier otro punto de la isla tienes que subir y subir hasta casi la cumbre, para volver a bajar y bajar hacia la playa de nuevo.

Así, curva tras curva y recreándome en los paisajes, los valles, las palmeras y esa luz tan bonita, llegué casi de casualidad a la playa de Vallehermoso, que se encuentra junto a un área recreativa con piscinas que cierra los miércoles, así que tuve la suerte de que ese día no había nadie en la zona y casi nadie en la playa tampoco. No me pude resistir a pasar un buen rato desnudo descansando y oyendo el rugido de las olas chocando contra las piedras y ya de paso, jugar con mi cámara tratando de capturar el mar con el efecto seda que se consigue con una muy larga exposición.





El día transcurrió recorriendo las carreteras y valles, pasando por pueblos como el de Vallehermoso o Tamargada para llegar hasta el Mirador de Abrante, desde donde esperaba poder visitar la famosa pasarela de cristal suspendida en el aire a unos cuantos metros de altura y desde donde se tiene una de las mejores vistas del Teide desde La Gomera, pero por la tarde cierra pronto en octubre y aunque sólo habían pasado unos minutos cuando llegué, ya no quedaba nadie en la zona, así que me conformé con verlo desde un par de curvas antes de llegar al mirador y por supuesto lo hice sin ropa, consiguiendo de paso la que para mí fue una de las mejores fotos del día y uno de los mejores momentos de relajación y soledad al desnudo.





He de reconocer que en muchas ocasiones, para conducir no suelo llevar más que un pareo cubriendo el asiento por si tuviera la necesidad de salir del coche, poder anudarlo rápidamente sin perturbar a quienes estén circulando cerca en ese momento. Eso sí, conduzco protegido con una camiseta protegiendo mi piel de la posible abrasión del cinturón en caso de accidente y siempre voy bien calzado. Donde las carreteras son solitarias y el tráfico es prácticamente nulo, desde luego no me lo pienso, pantalones fuera.

Ya de regreso al alojamiento, me adentré en la parte norte del Parque Nacional de Garajonay. El ambiente era un poco húmedo, los olores del bosque me llamaban y sentía la necesidad de formar parte de la tierra, así que paseé desnudo un buen rato por un sendero solitario hasta encontrar un lugar apropiado hacer una foto que transmitiera esa sensación… 






El tercer día lo quise dedicar a hacer una ruta de senderismo circular larga y con mucho desnivel, pero que pasaba por varios puntos de interés dentro del Parque Nacional de Garajonay. Preparé mi mochila con la cámara, el trípode, fruta, bocadillos, agua y algo de abrigo, porque aunque me gusta mucho estar desnudo, ya se sabe que la montaña es imprevisible y no es lo mismo un recorrido corto, que pasar el día caminando.
Comencé con mi pantalón corto de deporte y una camiseta técnica, pero en menos de media hora ya me sobraban, así que a la mochila también. Como mi paso es bastante ligero, siempre era yo quien alcanzaba a los demás senderistas de la ruta, así que fue un día sin novedades en este sentido. Sólo mientras posaba en el interior de un tronco que parecía que lo había partido un rayo, pasó una pareja de mayores aparentemente del norte de Europa a los que había adelantado un buen rato antes y que me mostraron sus pulgares en señal de aprobación siguiendo el camino a su ritmo. 





La mitad del recorrido transcurría por bosque y en descenso de dificultad media, con cientos de escalones de piedra o madera, el resto como es lógico en ascenso, pero esta vez cercano a la carretera que atraviesa el parque aun lado y al otro ofreciendo panorámicas espectaculares como las de los roques tan famosos y característicos de la isla. ¿Quién puede negar el gran atractivo visual de la naturaleza y la orografía de esta isla? Alcanzar la vista del Roque de Agando desde el Mirador del Morro de Agando es tan impresionante que te deja casi sin respiración y no por las cuestas que debes subir, sino por su indudable belleza. Todo un premio tras cientos de metros de desnivel en sentido ascendente. 





Sin contar las paradas, caminé durante cinco horas salvando un desnivel de 683 metros. 
Poco antes de llegar al aparcamiento desde donde retornaría en coche hacia la playa del Inglés para descansar y disfrutar una vez más de la espectacular puesta de sol, me encontré con un puente de madera donde hice una de las fotos que más me gustaron ese día y que me sirve como despedida de esta primera parte del relato. 





El cuarto día que estuve en La Gomera, lo dediqué a hacer una excursión en barco para el avistamiento de cetáceos y a descansar igualmente en la playa antes de partir hacia la isla de El Hierro… 


Ángel.

2 comentarios:

  1. ¡¡Espectacular!! El relato y las fotos 🤤🤤🤤
    Gracias por compartir TÚ aventura en La Gomera, para hacerla un poquito nuestra.

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  2. No hay de qué, he disfrutado mucho recordando lo vivido, que no hace ni un año aún, pero me parece que toda una eternidad. Este 2020 me trae de cabeza.
    Muchas gracias.

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