Parece increíble que no haya una comunicación directa entre las dos islas, pero es cierto, si además decides moverte de una a otra en festivo, aún lo tienes más difícil, pero ese día coincidía en mitad de mis vacaciones y quería pasar el mismo tiempo en ambas. Así que desde las seis de la mañana que me levanté de la cama en La Gomera, no llegué a mi destino en El Hierro hasta bien entrada la tarde. Dejar el coche de alquiler en el puerto de Valle Gran Rey, embarcar en el ferry que te lleva a la capital (una hora), visitar San Sebastián de La Gomera hasta zarpar en otro barco hacia el puerto de Los Cristianos en Tenerife (una hora), allí me esperaría mi amigo Agus para llevarme en su coche al aeropuerto de Tenerife Norte (dos horas más incluida una parada fotográfica) luego volar hacia El Hierro, recoger el coche de alquiler, pedir información y mapas en la oficina de turismo y llegar hasta el alojamiento (otras dos horas). Es cierto que preparándolo con tiempo y eligiendo moverte un día corriente (no festivo), puedes encontrar mejores opciones, por ejemplo, salir en otro barco directamente desde el mismo puerto al que llegas, pero a mí me salió así. Lección aprendida. Por cierto, las aerolíneas Binter son una maravilla, si puedo volveré a volar con ellos.
El Hierro
Pero los viajes, aunque lleguen a ser pesados, siempre valen la pena. Al día siguiente me desperté en una casona de piedra sobre una montaña al norte y con unas estupendas vistas hacia el mar y la isla de La Gomera. Tomar una buena taza de té mientras las nubes pasan y el paisaje cambia de color con la luz del sol es una maravillosa forma de empezar el día (por mucho que le extrañe a tu vecino de la casa de al lado).
Cuando ya me orienté bien en la isla, descubrí que aunque la ubicación de la casa era genial en cuanto a la cercanía con el puerto y el aeropuerto, vivir en la cara norte puede ser frustrante para los nudistas más frioleros o sensibles a la humedad. Yo alquilé en El Mocanal, muy cerca de la capital, Villa de Valverde.
Todos los días me preparaba para descubrir la cercana zona de La Llanía, con su bosque de laurisilva, húmedo y mágico, pero me fue imposible hacer cualquier ruta de senderismo porque coincidió que siempre estuvo cubierto de niebla por la mañana, así que lo cruzaba por la carretera que lo atraviesa e incluso me paraba en los miradores más populares sin conseguir ver más allá de unos pocos metros. Incluso otra zona preciosa que es El Pinar, se me presentó en un par de ocasiones tan gris y oscuro a media mañana, que no me podía creer que formara parte de la misma isla que minutos más tarde me acogiera con un cálido sol y una suave brisa.
El Hierro es una isla de contrastes fascinantes en un espacio bastante reducido, tan pronto pasas de un paisaje de montaña verde y frondoso, como sin darte cuenta y envuelto en la niebla, aterrizas en la aridez más absoluta.
Una de esas veces aproveché para salir del coche y tal cual iba, desnudo, pasear por el bosque hasta un lugar apartado donde me invadiera el silencio y pudiera sentir la naturaleza viva hasta en el último poro de mi piel. Fue un momento mágico que no olvidaré nunca.
Pero también pude disfrutar de El Pinar con sol y temperaturas agradables, abrazar los pinos y sentir su energía. Fue entonces cuando descubrí que era un lugar especial, no recordaba el gran incendio que devastó más de 1.200 hectáreas de pino canario en 2016. A pesar de la terrible catástrofe, durante mi visita tres años después, el bosque me transmitió muy buenas vibraciones. Los árboles, aún con sus cicatrices ennegrecidas por el fuego, tienen sus copas verdes y el suelo, oculta las cenizas bajo un tupido manto de agujas de pino.
El primer día me propuse hacer una vuelta de reconocimiento a la isla para tomar conciencia de las distancias, los diferentes tipos de paisajes y sobre todo, orientarme bien en el mapa. Por supuesto, aproveché muy buenos momentos a lo largo de toda la jornada, por ejemplo, tras la obligada visita a la Ermita de Nuestra Señora de los Reyes, una incursión a El Sabinar, donde pude hacer un buen recorrido entre sus maravillosos árboles centenarios, las sabinas, retorcidas y moldeadas por los vientos alisios y soplando siempre en la misma dirección, como si quisieran mirar todas hacia El Golfo. Afortunadamente, no coincidió ningún día de viento fuerte durante toda mi estancia en El Hierro, permitiéndome disfrutar en grande de la naturaleza, los paisajes, el clima templado, la calma, la desnudez y mi propia soledad…
Mi casera en El Mocanal, una chica la mar de dicharachera con la que tuve un buen rato de conversación sobre los que para ella eran los mejores lugares de la isla, me recomendó que visitara la zona del faro de Orchilla y ciertamente no me pudo gustar más. Los colores marrones y rojizos de la lava hacen un contraste impresionante con los azules del cielo y el mar. Cuando vas llegando al muelle del mismo nombre, te quedas casi sin aliento recorriendo con la mirada el paisaje de montañas y océano.No quise desaprovechar el entorno para disfrutar de mi gran pasión por la fotografía y el desnudo, haciendo una serie corta de poses extrañas que se me fueron ocurriendo sobre la marcha, como suele ser habitual cuando por fin me siento relajado y me visita la musa de la inspiración. Obviamente, a lo largo de los últimos años he tenido que aprender la técnica del autorretrato por imperiosa necesidad, muy a menudo estoy sólo ahí donde más me apetece hacer una foto que no tendría sentido sin la figura humana como referencia. El desnudo además, las hace más atemporales que vistiendo cualquier prenda.
Durante toda la sesión, justo al lado de la carretera, apenas pasaron un par de vehículos, el sitio es para disfrutar del silencio, la brisa y las vistas…
En la siguiente foto podría estar buscando el meridiano cero, que pasaba por esta zona y figuró en todos los mapas durante 200 años, hasta que aún no entiendo cómo, en 1884 los ingleses hicieron la jugada de trasladarlo a Greenwich. Es muy interesante leer las idas y venidas de la línea por la que se rige la hora en todo el planeta, pero estando ahí es cuando te das cuenta de la importancia de este punto, el lugar más occidental de toda España y que durante mucho tiempo se consideró el fin del mundo.
Como soy de entretenerme mucho y de disfrutar al máximo cada lugar, ese día creí que no me iba a dar tiempo a darme un baño, darle la vuelta a la isla se me antojaba pretencioso vista la experiencia en La Gomera (sin carretera perimetral), en cambio El Hierro tiene bastantes kilómetros para recorrer siguiendo la costa, así que hubo varias oportunidades.El siguiente lugar que visité es de una belleza indescriptible, El Verodal está bastante apartado de la carretera y se accede por una pista de tierra, pero bien vale la pena.
Al final del carril hay una playa muy curiosa por su arena rojiza. No está aconsejado el baño por las fuertes corrientes y los posibles desprendimientos de piedras al estar situada justo donde la colada de un volcán se topa con el mar. No sé en verano, pero en otoño es una playa poco frecuentada, así que es fácil encontrarse lo suficientemente cómodo como para disfrutarla sin bañador, incluso aunque seas el único atrevido. Me consta que al fondo suele haber nudistas, esta playa fue la única que me aconsejó la chica de la Oficina de Turismo del aeropuerto para poder hacer nudismo, pero si no los hay, en cuanto te vean a ti quitarte el bañador, verás como a tu alrededor otros también se animan, al menos esa fue mi experiencia.
La siguiente parada y mi segundo baño del día fue en la Punta Arenas Blancas, muy cerca de la carretera que en este punto transcurre casi a nivel del mar, pero lo suficientemente alejada para ni oírla, ni verla. Un pequeño rincón con algo de arena blanca, como su nombre bien indica, pero bastante rocosa también. Lo mejor, sus vistas a todo el Valle de El Golfo.
Toda la vuelta fue en el sentido de las agujas del reloj para aprovechar el sol de la mañana mientras recorría la zona este, la zona sur a la hora de comer y la parte oeste al final de la tarde.
No quería volverme al alojamiento sin darme un baño en el famoso Charco Azul. Antes de llegar al charco, debes dejar el coche en un aparcamiento bien señalizado y descender el acantilado por unas escaleras de piedra con algunos descansillos donde recuperar el aliento mientras disfrutas las vistas. Al llegar abajo te encuentras bajo un puente natural de piedra casi encima de una pequeña piscina también natural, con un color azul verdoso espectacular, la transparencia del agua te deja ver bien el fondo. Cuando la marea está alta se renueva el agua rebosando por encima de las rocas que hacen de muro. También hay a un lado otra zona de baño con un muro artificial, pero esta primera vez que fui apenas estábamos 5 ó 6 personas, así que invitaba a quedarse en esta parte mucho más bonita.
Como de costumbre, antes de despojarme de la ropa, analizo un poco la situación y esa vez me pasó algo curioso. Era la hora de la vuelta a casa, los últimos minutos antes de la puesta de sol, así que la gente estaba secándose y vistiéndose para marcharse, un matrimonio de mayores y dos chicas aún seguían disfrutando del baño. Finalmente una de ellas salió del agua en biquini para hacerle fotos a su amiga desde fuera, como la otra estaba en topless no tuve ningún reparo en quedarme desnudo para meterme en el agua, pero esperé unos minutos sentado fuera del alcance de su cámara para no estropearles la foto y sin mirarlas para que se sintieran cómodas en sus poses. Cuando terminaron la sesión, la chica que estaba en el agua salió totalmente desnuda, nos sonreímos y me encantó ese momento de connivencia, así que viendo que controlaba su réflex, aproveché para pedirle que me sacara alguna foto con la mía y para darme un buen baño entre las luces y los reflejos dorados del atardecer. En ellas no se aprecia el color del agua, pero me encanta la luz que tiene y tuve una excusa para volver otro día para tratar de conseguir fotografiar ese color.
El segundo día intenté de nuevo conocer la parte alta de la isla, recorrer la HI-120 es como ir por otro mundo dentro de El Hierro. Comencé por visitar el Mirador de la Peña, situado en uno de los puntos más altos (unos 1000 metros) y así disfrutar de las vistas hacia el Valle del Golfo. Allí mismo está el restaurante del mirador, un proyecto de César Manrique digno de un lugar tan espectacular. Luego visité más miradores con vistas al mismo valle desde otros puntos, sin éxito alguno debido a la niebla: Jinama, Fireba y el último, el Mirador de la Llanía. Así que igual que el día anterior, no me quedó otra que renunciar a las rutas de senderismo y descender hacia las playas atravesando El Pinar (más fotos en la niebla) en dirección a la Hoya del Morcillo, la idea era recorrer desde el sur hacia el norte toda la costa este, pero primero pasar un rato en la pequeña Cala de Tacorón, en esta primera incursión no di con ella, en cambio sí que encontré muy fácilmente el Charco de Tacorón.
La carretera para llegar al charco te permite disfrutar de unas maravillosas vistas de la ladera de El Julán, una colada de lava rica en tonos ocres, salpicada de pinos y con sus nubes descansando en la cima, esas mismas que yo había atravesando minutos antes.
El Charco de Tacorón me pareció uno de los más bonitos de los que visité por sus vistas hacia las montañas y la ausencia total de cualquier construcción. A pesar de lo que sugiere su nombre, tengo entendido que se desaconseja el baño en el Mar de las Calmas por las fuertes corrientes y el oleaje, así que acudir a estos charcos es una forma más segura de darse un buen chapuzón, hay zonas más abiertas al mar que otras, el agua muy transparente y su fondo de rocas impresionante (gafas de bucear, imprescindibles). Las piscinas naturales cuentan además con escaleras para poder acceder cómodamente al agua, algunos pequeños espacios para tomar el sol, mesas para picnic, barbacoa e incluso un grifo de agua dulce. En otoño la afluencia es mínima, así que con la debida discreción, fue posible un buen chapuzón sin bañador.
El resto de la tarde el nudismo se limitó a los desplazamientos en coche (leer 1º Parte) o algunos miradores solitarios. Aprovechando que estaba totalmente al sur, después de comer decidí hacer una visita al cercano puerto de La Restinga (1). Aún no había visto la serie de televisión “Hierro”, una policiaca grabada en esta isla y que recomiendo firmemente aunque no se tenga la intención de visitarla. A mí me cautivó. Aprendes a entender la forma de ser de los herreños, la importancia de las tradiciones y por supuesto te puedes recrear en los paisajes. Algunas escenas se grabaron en este puerto.
También recordé durante mi visita, que en esta zona tuvieron lugar las erupciones volcánicas submarinas en octubre de 2011 y que duraron unos seis meses. Recientemente he leído que se está produciendo una muy buena recuperación natural de toda la flora y fauna marina que desapareció debido a esas erupciones.
Siguiendo mis planes de conocer la costa este, emprendí rumbo hacia el norte por la carretera HI-4 desviándome para parar en el Mirador de Las Playas y en el Mirador de Isora (2) desde donde también tendría buenas panorámicas hacia Las Playas, lugar donde acabaría más tarde, pasando primero por la capital y el puerto de La Estaca hasta acercarme al famoso Roque de las Bonanzas (3) acabando el día con una visita a la Playa de la Caleta (4). Un conjunto de piscinas artificiales llenas de agua de mar y muy bien integradas en el paisaje. Sólo había una persona nadando al final de la tarde, pero no me pareció buen momento para un último baño.
El tercer y último día de estancia en este paraíso era martes, me gusta hacer coincidir mis vacaciones con el martes por un juego en el que participo desde hace muchos años, se trata de fotografiarte bocabajo en algún sitio de manera que te permita contar algo, así que ese día tuve varias ocasiones para participar, me recorrí algunos de los puntos de interés que más me habían gustado los días anteriores para disfrutarlos con más tranquilidad y aprovechar para hacer alguna foto desde otros ángulos, además de conocer otros donde aún no había estado.
Ya que mi alojamiento estaba situado en Valverde, no podía irme sin visitar Pozo de las Calcosas, un lugar muy singular donde la mayoría de las casas de piedra aún mantienen sus tejados de colmo, un material vegetal en desuso. Sólo se puede llegar a pie por una larga y sinuosa escalera, pero al final te espera una preciosa piscina natural o si el mar lo permite, un buen baño ya que esta pequeña bahía está al abrigo de un acantilado.
Después de una sesión de fotos de vértigo, me encaminé hacia el Charco Manso. Creo que en ese lugar era el único que no se había enterado de que aún no había subido la marea y aunque llegué bien pasado el mediodía, no me encontré más que a un par de turistas despistados y al dependiente del chiringuito, así que tuve la suerte de ver el fondo de la piscina natural sin apenas agua y de tomarme el tiempo ya sobre las rocas del borde para ver la subida de la marea. Impresionante.
En realidad me sorprendió el nombre de este lugar, parece ser que es uno de los rincones donde el mar suele estar en calma e invitar al baño, pero me tocó un día donde las olas llegaban con fuerza hasta el fondo del charco, así que ni lo intenté, me conformé con remojarme en unas bañeras naturales donde realmente no había peligro, con el mar bravo a mi espalda y rodeado de unos grandes cangrejos de colores. Las vistas hacia cualquier ángulo valen la pena tanto como quedarte hipnotizado con la belleza de las olas rompiendo y pasando por debajo de un espectacular puente natural de roca.
Estuve unas pocas horas en comunión la naturaleza, desnudo y feliz de poder disfrutar así de un lugar tan bonito y con una temperatura tan agradable. Tras un almuerzo de picnic me volví a meter en el coche rumbo a Tamaduste, un pueblito costero casi al lado del pequeño aeropuerto, en una ría preciosa y preparada para el baño, con paseo, pequeñas zonas donde tomar el sol y accesos al mar en todo su perímetro.
Las nubes seguían dando sombra en toda la zona norte, así que una vez más me encaminé hacia el sur, tenía ganas de volver al Mar de las Calmas para darme un buen baño.
Un poco de lluvia mientras repostaba combustible en Villa de Valverde (sólo hay tres gasolineras en toda la isla) y de nuevo niebla al atravesar El Pinar. No pude evitar salir del coche, caminar un poco entre los pinos y hacer varias fotos antes de seguir hacia la Cala de Tacorón.
La playa es tan pequeña, que si llegas con la marea alta, no existe, así que te tienes que conformar con saltar de piedra en piedra hasta encontrar un sitio donde pararte a descansar y contemplar su belleza desde arriba. La combinación de colores en rojo y azul es increíble. Sólo me encontré con un grupo de jóvenes que se bañaban desafiando la fuerza de las olas y sus embestidas contra las rocas, estaba claro que eran del lugar y muy valientes.
Cuando me harté de sol atravesé la isla por la mitad subiendo desde el sur para bajar serpenteando por la HI-1 hacia El Golfo, pasando por la Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria en Frontera, con la idea de acercarme al Charco Azul, y hacer la foto que no conseguí dos días atrás.
Este es sin duda un lugar idílico si lo que buscas es relajarte y disfrutar de un buen baño con seguridad y en un entorno espectacular.
No es nada fácil llegar hasta el otro lado del charco y colocarte bocabajo mientras la marea está subiendo y ves de reojo como las olas, cada vez con más fuerza, van llenando la piscina justo por ese sitio donde has colocado el trípode y van engullendo las patas con tu querida cámara instalada encima. Os aseguro que no es aconsejable para los que tenemos el corazón frágil... Pero el resultado valió la pena. En las otras fotos que hice de este mismo lugar unos días antes, la luz era maravillosa, pero no se aprecia en absoluto la belleza y el color del agua como desde este ángulo. Además, en esta ocasión, como era al final de la tarde, no había nadie y pude disfrutarlo desnudo y sólo para mí.
Finalmente una visita al que fuera durante algún tiempo el hotel más pequeño del mundo y vuelta al alojamiento para preparar la maleta ya que al día siguiente, comenzaba el largo retorno a casa en el que pasaría una buena parte del día descubriendo algunos lugares curiosos de Tenerife e incluso haciendo un poco de senderismo nudista con mi amigo que vive allí.
El balance de mi experiencia en solitario por esas dos maravillosas islas es tan positivo, que no dejo de pensar en el momento en que pueda volver a repetirlo con mi mujer, para que ella también pueda disfrutarlo tanto como yo, así que no puedo más que recomendar este viaje a quienes aprecien todo lo que en estas líneas he escrito: la belleza de la naturaleza, la tranquilidad, el silencio…
Ángel